De: mi. Para: mi

 Salí de ahí 

No mereces estar sumergida en ese agujero. Él te metió ahí porque no te amabas, no valorabas, no te respetabas, porque no habías descubierto lo fuerte que eras. 

Salí de ahí 

Duele, quema el pecho. Se retuercen tus manos de tanto odio y dolor. Las palabras no salen con fluidez, la lengua se endurece. Es su culpa, si. Y la tuya también, porque lo dejaste entrar. Poco a poco iba robando tus fuerzas, tu energía y aún así le seguiste dando ese lugar. Subestimaba tu inteligencia y pensaste que sería pasajero. 

Salí de ahí

No tengas más miedo y salí. Él no va a cambiar, no lo esperes. Él está enfermo y de solo tocarlo también te enfermas vos. Es hora de dejarlo, de soltarlo. Es hora de hacer lo que crees imposible: dejarlo en el pasado y continuar tu vida. 

Salí de ahí 

Tu mirada llena de incertidumbre y angustia te quita la respiración de solo mirarte en el espejo. Tus ojos llenos de lagrimas, tu corazón en aprietos. Tus sentimientos a flor de piel. Vulnerable, ya es suficiente. Enserio. 

Se feliz y salí de ahí. 


Nefasto

Todas sus actitudes eran nefastas.

Yo tenía la verdad en mis manos, ya sus palabras no me confundían pero era tanta mi abstinencia de él que caía en sus manos una y otra vez. No porque quería, no. No podía, no podía salirme de ese maligno juego perverso. No era capaz, no me sentía capaz. Quería ser fuerte y dejarlo atrás como tantas veces lo hacia él cuando me desechaba por puro gusto pero yo no podía. 

Discutíamos. Yo pedía explicaciones, él no me las daba. Discutíamos porque él mentía, yo pedía nuevamente explicaciones y él desaparecía. No siempre físicamente, sino mentalmente. Tenerlo y no tenerlo, en esos momentos, era lo mismo. Estratégicamente dejaba pasar el tiempo para encontrarme menos alterada. Me envolvía, me halagaba y me repetía lo importante que era en su vida. Aceptaba que se equivocaba pero la explicación no llegaba. Y yo ahí, vacía sin alma y sin rumbo personal, solo siguiendo sus malditos pasos.