Nefasto

Todas sus actitudes eran nefastas.

Yo tenía la verdad en mis manos, ya sus palabras no me confundían pero era tanta mi abstinencia de él que caía en sus manos una y otra vez. No porque quería, no. No podía, no podía salirme de ese maligno juego perverso. No era capaz, no me sentía capaz. Quería ser fuerte y dejarlo atrás como tantas veces lo hacia él cuando me desechaba por puro gusto pero yo no podía. 

Discutíamos. Yo pedía explicaciones, él no me las daba. Discutíamos porque él mentía, yo pedía nuevamente explicaciones y él desaparecía. No siempre físicamente, sino mentalmente. Tenerlo y no tenerlo, en esos momentos, era lo mismo. Estratégicamente dejaba pasar el tiempo para encontrarme menos alterada. Me envolvía, me halagaba y me repetía lo importante que era en su vida. Aceptaba que se equivocaba pero la explicación no llegaba. Y yo ahí, vacía sin alma y sin rumbo personal, solo siguiendo sus malditos pasos.